Siempre he sido muy aficionado al deporte, más como espectador que como practicante habitual, pero, sobre todo, aficionado a deportes que, sin ser minoritarios, sí que están lejos de lo que el gran público consume fuera de los quince días de los Juegos Olímpicos, que suelen ser la única ventana polideportiva a la que se asoma el gran público cada cuatro años a ver si conseguimos medalla o no.
Nos asomamos, por cierto, sin llegar a conocer qué hay detrás de cada historia de esas personas para las que, el simple hecho de poder ir a los juegos es un éxito en sí mismo, mucho más, si se tienen en cuenta los medios con los que compiten frente a las grandes potencias de cada deporte.
De todo ello me viene la afición a ver documentales relacionados con el tema, y hace poco he terminado de ver la serie sobre la vida de Colin Kaepernick (“Colin en blanco y negro”).
Kaepernick pasa por ser una de las personas más relevantes en la defensa de los derechos de los afroamericanos en Estados Unidos, y pasará a la historia por arrodillarse cuando sonaba el himno americano antes de un partido y todo el tsunami que vino tras ello (enfrentamiento con el mismísimo Donald Trump, suspensión por parte de su equipo, portada de la revista Time…). Sin profundizar mucho, la serie relata su vida en el instituto y cómo se forjó su personalidad ante todas las injusticias que ocurrían a su alrededor por su color de piel, y relata el momento en el que debe escoger la beca deportiva para acceder a la universidad, en un momento en el que tenía múltiples propuestas para desarrollarse en el beisbol, y ninguna para hacerlo en el fútbol americano, que era su pasión, y que fue donde, finalmente, se hizo profesional.
Es cierto que no hablamos de deportes minoritarios, pero, para alcanzar su sueño, tuvo que enfrentarse a todos los que le decían que debía escoger el otro deporte para el que, al parecer, tenía unas condiciones excepcionales.
Este mismo razonamiento lo podemos trasladar a cualquier otro ámbito, como la vida académica. El pasado mes de junio, después de las pruebas de acceso a la universidad, muchos medios publicaron la entrevista al chico que obtuvo la máxima nota en la Comunidad de Madrid, y todo el mundo (mejor dicho, las redes, que es como hoy en día se tira la piedra y se esconde la mano) se echó las manos a la cabeza, considerándolo un talento desperdiciado, cuando, realmente, nadie conoce cuál es la realidad de esta persona, ni cuáles son sus preferencias.
Por otro lado, este mes de julio, una atleta junior española muy prometedora, Salma Paralluelo, que compaginaba el atletismo con el fútbol, ambos con bastante éxito, y con mucho potencial, anunciaba que dejaba definitivamente el atletismo para concentrarse en su carrera como futbolista (acaba de fichar por el F.C.Barcelona).
Desconozco qué le ha hecho tomar esa decisión, pero lo que tengo claro es que no pienso juzgar a una persona sobre las decisiones que tome sobre su vida profesional sin tener más elementos que un titular de periódico, y, mucho menos, sin conocer su realidad personal.
Estos ejemplos y su consecuente reflexión veraniega, me llevan a pensar que la sociedad actual, en casi todos sus ámbitos, y potenciada por las redes sociales como catalizador, se queda en análisis superfluos, titulares rápidos y poco razonados, no preocupados por la realidad, sin profundizar ni enfocar el análisis, lo que, en la mayoría de las situaciones da lugar a conclusiones que nada tienen que ver con lo que debería ser y que se llegan a tomar como dogma, un diagnóstico que yo creo que todos tenemos muy claro. Deporte y vida, dos conceptos muy importantes para la vida de un deportista.
En nuestra mano está alimentar al monstruo o aportar granos de arena a que la situación corrija un poco su dirección, aunque lleve una inercia considerable.
Y tú, ¿qué harás al respecto?.
Alejandro Ribas – Socio ACFYD Análisis